Ver sin la mirada : un ensayo sobre "la noche de los feos" de Mario Benedetti


Ver sin la mirada

El ser existe en sus sentidos cuando es libre de la recriminación de quien no le comprende.

ver sin la mirada
Para una sociedad plagada de estereotipos y anhelos sesgados de inconformes suspiros, el idealismo en algún estándar colectivo otorga virtudes de divino mandato o de paradigma intocable.
Recuerdo ahora a Benedetti en su noche de los feos, en donde una dupla satanizada por las letras que le describe un digno cuento de feos para lecturas de quienes no han de creerse así, se encuentran en casualidad según su autor pero evidentemente por causalidad debido a la típica práctica social de relego a aquellos que manchan de particularidades el buen nombre de la sociedad plástica álgida de belleza.
Cuenta benedetti que al hallarse por fin ambos, uno de tales descritos dismorfes desconocidos, ha de reconocerse en el otro, espejo de sus sufrimientos y consciente de cuántas recriminaciones desde la infancia han sufrido y quejas ante sus destinos han proclamado. Verlos juntos para otros fue una mofa pero para ellos la sensación de no estar tan solos. No estarlo envalentona el acto de sentir como aquellos que antes han envidiado, hasta poder incluso atreverse de manera descarada a esconder sus deformidades y proponerse amar a ciegas, en la ausencia de la luz que revela aquellos defectos.

La luz devela aquellas marcas que en la piel y la mirada tatúan aquellas desiluciones que el tiempo suele traer al ser. Es la luz el ideal de quien curioso cuestiona la esencia impura del comportamiento humano, es la misma luz la que revela la belleza de las cosas sin que ésta encuadre en la belleza instalada.
Por lustros y casi desde que la humanidad subyugó su esencia a los códigos de la moral y la confianza en aquello que no puede explicar y menos replicar se ha visto tal discriminación. Tanto tiempo ha pasado desde que la sociedad como conglomerado de errores ha marcado a rojo vivo en el imaginario estatus de belleza, pureza y éxito, ha instaurado no sólo los cánones de la belleza física sino emocional por no llamarla espiritual. Estos maquiavélicos paradigmas que aún pocos se atreven a cuestionar implantados en el vago imaginario de la idiotez colectiva es quien aísla la diferencia y le cobra de engaños estridentes. Es imprescindible acercarse al guante de seda para poder detallar la suavidad de sus manos, lo he dicho cuando se criminaliza alguna actitud que me enamora, tanto, que puedo perjurar temerariamente que “conocerle, le embellece” como lo vislumbra benedetti, es el acto del descubrir lo oculto a la mirada somera lo que dota de belleza el objetivo y enriquece su valor, así como benedetti nos revela que la interacción con el otro descubre pares al sentir en los segundos de una vida tocada por la soledad, descubrirse en el otro vigoriza y envalentona el carácter con el que planifica el ser hasta ser dotado del coraje de atreverse a vivir como ser libre, pero, es difícil ser libre de aquellos que participan en la sociedad de lo común cuando se es diferente.
Creando en su mente estereotipos comunes en una sociedad vacía el ser vacía así mismo su esencia, cubre su desnuda inocencia de recelo al imaginario colectivo que le claustra en el frío anhelo de ser igual a otros que poco interés muestra por la diferencia, se hace preso a si mismo de los cánones en los que no participó en su concepción. Cánones que crea en sus practicantes la división nuclear y la negación de la esencia humana, cánones que al conocer la mirada de quien padece su rigor genera la incertidumbre, la pregunta :¿que ha de ser del mundo si la belleza tuviese otra definición? Surge entonces la esperanza de pertenecer a ella.
Esta fugaz belleza que describe benedetti, se contempla practicando las instrucciones para llorar que Cortázar a bien enuncia, y es el llanto aquella expresión de felicidad a la que en ocasiones el ser cuando se siente vivo acude. El ser ha de ser cuando es libre, cuando se aísla de la mar malintencionada de una sociedad con intereses oscuros. El ser diferente entonces no tiene más remedio que segregarse de aquellos cánones de lo común, el ser allí, en su ausencia de lo normal solo se regocija al desconocer su recriminante, al lavar de sí aquella culpa que se le imputa sin antes haberle dado réplica, sin antes conocerle por coincidencia o intensión en su propio dolor. Reconocer al otro es aquella carencia de estos tiempos, entender si motivación y explicar con ella el acto que lo hace ser. Sentir el dolor del otro rompe la burbuja de engaño respecto al valor de él y de sí, que al reconocer el dolor propio en aquellos similares, discriminados de manera análoga fortalece la convicción de su valor.
En el texto benedetti culminan en llanto aquellos ejemplos que describe, y llanto es lo queda cuando se conoce la verdad, aquella oculta por la común idealización de la recriminación a la diferencia. Es el río que fluye desde donde provienen las lágrimas, el río que nutre la vida misma.
No queda más que llorar al ser diferente, al saberse único y similar, porque ese dolor debe brotar desde lo profundo de la existencia. Se es entonces libre de ser, de sentir, de sentirse vivo quien en su acto temerario de soltar aquellas cadenas que la sociedad ata a la moral, hipócrita conducta y aspecto físico,tallas y medidas, cuentas bancarias y éxito al aplastar al menos favorecido.
El ser en verdad és cuando puede desvincularse a ese contrato paradigmático de discriminación que adquiere quien sigue ciegamente las corrientes sociales predominantes en el momento y poco caso hace a su esencia. El ser es libre cuando por fin es libre de la recriminación de quien no le comprende.
Este no ha de ser una voz seca en un mar de corazones como rocas en el agua, pero es el sentir de quien ha padecido el yugo de la discriminación en pago al cultivo del don de la diferencia, la voz propia.
No anhelo más que se haya podido leer entre líneas que me harto de una multisociedad que se jacta de tener la belleza de su verdad y no reconoce la diferencia, que no reconoce la belleza de un arbusto sin flor pero se mofa de atraerse por un batracio multicolor rebosante de veneno: la indiferencia!

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