Los caídos

(En conducción)
En un mundo muy lejano donde la sociedad esconde la escoria de la cual se humilla existe un lugar entre hierros y concreto que se desmorona como la esperanza de vida de quienes han perdido una oportunidad de ser felices.
De cuando en vez la sociedad les brinda su mirada para horrorizarse con la miseria en sus miradas, de pieles tatuadas y pálidas, con sus miradas hajadas y llenas de incertidumbre, sin posiciones ni certezas, mendigando quehaceres en medio de un infernal ambiente de desquicios e hipérboles disímiles.
Allí, la luz del sol tiene un sabor ácido, del cielo lleno de telas y sinsabores solo llueven rocas y maldiciones, aquí parece que el edén solo existe en al pasado lleno de lamentos e injuriosos recuerdos del bienestar perdido.
Laberintos eternos de rostros huraños y desgastados por el olvido que somos,  conducen cómo metal los eléctrizantes maleficios fraguados con la bendición de la situación que parecen un eterno "conspire"  entre la irracional realidad y la fantasía oscura de resarcir sus errores.
Allí están sentados en cada baldosa los caídos...
Entre el humo de una sinrazón alegría y la tristeza del desesperado hambre,  la mendicidad explota en su máxima potencia, cual fragmentado estallido ensordecedor que llama al orden, el mismo lógico orden que no es ni lo uno ni lo otro.
Cada uno entonces toma su bando, entre defensas de los ataques y las certidumbre de lo inevitablemente incierto,  se crean lazos familiares tan fuentes cómo las relaciones de intereses en donde el parasitismo es disfrazado de mutualismo así como,  la pérdida de la vergüenza social,  se disfraza de justicia para quienes nunca la conocen.

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