Décima dosis

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Habiendo ya duplicado la cantidad máxima recomendada es tu recuerdo el único que transforma mi miseria en dolor, haberte perdido es mi peor frustración... No entiendo como logro respirar en medio de tu ausencia.
El pecho duele y mis manos tiemblan de manera natural, el cocktail de fármacos y hechizos con los que me ahogo son incapaces de menguar mi amor por ti... 

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De fuego reprimido

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De nuevo al fango pero al menos no olvido tu nombre.

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¿Para qué olvidarme si existe el perdón?¿Para qué perdonarme si existe el olvido?

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En ocasiones algunos recuerdos invaden mi olvido y tanto sonrisas como suspiros se escapan del destierro al que las lágrimas enviaron sueños y anhelos, propósitos y tu nombre. Aquel horizonte lánguido comenzó similar al que habito, pero ahora ni le reconozco: Ya, el fuego de sus fronteras no forma rostros iracundos ni vocifera improperios plagados de tu eco. Ya ni siquiera persisten las promesas que me hice de tratar de volver a los latidos que fervientes se te ofrecían, es más, como mi nombre en tu pasado, ya en mis reproches a ti ni les hallo. El olvido pudo ser el anhelo rogado en otrora como lavado del sufrimiento que dejó el cruce de nuestras existencias, aquel que sin aviso ocupó la primavera de mis sentimientos pero que más allá del ocaso de las ambiciones terminó como la gélida tundra en la pálida lápida en la que yacen aquellas cosas que nunca hicimos. El perdón pasó a ser el anhelo de mis segundos al reconocer mi complejidad emocional pero pronto le comprendo ajeno y político
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