Una bestia entre humanos.

Una bestia entre humanos.

En las noches solía temer a la oscuridad. Se nos ha enseñado a temer a las bestias que ocultan sus diferencias entre sombras y la clandestina noche que prejuiciosamente ha sido estigmatizada.

Aquella noche en que caminaba lejos de la represión moral me topé de frente con una bestia melancólica, una que en su mirada reflejaba el dolor de la derrota y la tristeza de la pérdida.

Era una bestia diferente a la definición cotidiana, lejos estaban las grotescas deformaciones y dialecto básico instintivo, no reconocí en ella atentado a la razón ni mucho menos conflicto entre depravación y placer, no pude ver en ella lo aberrante de sus parafilias y menos desagrado a la danza de ritmo en la que envuelve su semántica. Era un espectro fantasmagórico desdibujado de la humanidad y sin embargo aún parecía en ella haber esperanza.

Cada helado rayo de luna que se deslizaba sobre la tormentosa secuencia literaria con que describía sus penas y cuestionaba el actuar de la humanidad llegaba con un profundo eco a mi escuchar y revolvían mis latidos con angustia y desesperación.



Parece que a la bestia le atormentaba aún más los actos de humanos que los propios. Noté sus mejillas bañadas en llanto cristalino y sus latidos llenos de preguntas, reproches al destino amargo que atesoraba.

Después de armónico escucharle su lamento, traté de menguar mis temores a sí e ingenuamente cuestioné su reprochar, apenas si se percata a que atento estaba a sus respuestas y aferrando sus garras contra sí, fue mostrándome la bestia entre los humanos.

Fue como todos en su momento, inocentes y soñadores, libres e indefensos. Conoció garras y venenos, camuflaje y fuerza, pero fue la belleza quien doblegó su esencia y transmutó su normalidad.

Se enamoró inocentemente y no hubo vuelta atrás de su condena. Según lo típico, el enamoramiento superó todo anterior registro de sus fracasos, pareció mágico haber encontrado alguien con quien no tener que actuar, un ser que leyera sus instintos en ausencia de palabras, alguien que no le necesitare pero que le buscara con la fuerza de cada latido y bajo el reflejo de cada brillante estrella.

Parecía que sólo un gesto bastaba para comunicarle el infinito universo de sensaciones, parecía ser tan perfecto que tuvo sentido toda tristeza y sufrimiento antes vivido como pago a este ensueño, hasta que el tiempo y la rutina, los secretos y la ambición desmoronaron el castillo mágico que creyó poseer.

Al ver cómo todo hiriente ente, se enfriaba, construyó supuestos que justifique su tristeza, su derrota, pero estos sólo torturaban la mirada antes vívida, prolongando aún más cada marca triste en sus letras a tal punto de creer morir y por fortuna o desgracia en un acto de enorme valentía dejó de suponerlos y antes de preguntarle leyó en su mirada la respuesta que tanto temía. Las personas cambian decía la bestia sacudiendo su cabeza, con un gesto de inmenso dolor.

Antes lo fíe todo y ahora desconoce todo apego de vida que impregnó en mi lacónico ser, antes lo fue todo pero ahora he quedado en nada, ha desconocido todo aquello uello con que el amor hizo me inundara, antes lo era y ahora ni ella se explica cómo ha podido cambiar tanto.

Los humanos cambian, esto hace que le desconozca. Soy una bestia por no cumplir con cada regla que me. Hace humano excepto el equivocarme. Soy una bestia pero antes era su mayor amor, su perfecto ser y el complemento que le hacía pleno, antes, ahora soy la bestia que no aprendió a cambiar como los humanos, cambiar sus intereses a conveniencia ni desgarrar corazones en venganza o placer. Ella, ella die Mi gran amor, un perfecto y confuso engaño.



El color de su piel ha sido mi anhelado, sus palabras tan creíbles que hará sin querer hacerlo las hice el motor de mi latir, sus labios me dieron los mejores besos, me robó los mejores suspiros de toda mi existencia.

La suavidad de sus labios le hacían casi ciertas sus palabras, con tan solo uno de sus besos hacía fiesta en caramelo de mis labios, con su sonrisa los colores se llenaban de alegría, era como una droga, azúcar le llamo, y todos sabemos como son las personas cuando le prueban.

Pareció creer cada palabra que escuchaba, pero siempre supo que en aquello, a lo más temía, ella tenía todo a su favor, hasta disfrutaba escuchándola mentir. Casi perfectas sus mentiras, más ilógicas que las razones para amarla pero aquella bestia se aferró a ellas como yo a tus besos, le comprendí cada palabra de dolor porque no recuerdo bien si miraba a aquella bestia, o ¡a un espejo!

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