Absortos del tiempo de un ocaso.

Ella sonriente se abrazaba a su dorso con el brillo en la mirada que al ocaso le fascinaba ver.


Él en su rumbo no dejaba de contemplarle con la inteligible mirada que solo ellos sabían reconocer en el otro.


Ellos unidos uno al otro sentían en su sonrisa el tibio atardecer que pocos contemplan en rojos y violetas que enmudecen las hojas de los árboles que se desnudan en otoño.


Los otros les circundan a doquier, les miran sin verlos y cuestionan sin autoridad el inequívoco y unísono latir de sus pasiones, así bien ignoran que sin pensar en menos que las más apasionadas fantasías convergen a sus pieles los besos y caricias de los amantes que ajenos a los segundos desgastan los labios en inmaculados sentimientos y profundas sensaciones que no todos pueden contener.


Ninguno de llos presentes notó aquella tarde que caía en la fusión con las cimas de las montañas bañaba en pasión el beso de aquellos amantes, llenaba de ocre el brillo de la piel que apenas daba espacio al aire entre ellos y llenaba de drama apasionado la despedida agónica de dos que se ausentan.


Cada uno aquella tarde soltó delicadamente cada dedo de su anhelo y sintió como la distancia pausaba el aire con cada paso ajeno a su dirección.


Aquel adiós intento darte por cientos de intentos cuando los amados rehusaban distanciarse y volvían una y otra vez a su pecho unilatente mientras el cielo pasó de tibios rojizos a fértiles noches sin importar que los segundos de quienes les circundan pasaban sin entender como ellos al tiempo de un ocaso le dilatan para vivirlo tantas veces como suspiros pudieron.


Ellos, absortos del tiempo vieron en cada rayo de luz una oportunidad de sentir cómo el sol se funde en la montaña como el deseo en cada par, como la mirada en sus suspiros y el amor n cada amante. Ellos soltaron sus manos pero no su ser.

Y bajo un firmamento que arde como sus corazones se amaron en medio de todos y ausentes del mundo, absortos del tiempo y latiendo entre besos.



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