Te envidio, mi querido ignorante.

Te envidio, mi querido ignorante.

Envidio aquellos seres creyentes, pues aún conservan la esperanza, aún aguardan por aquel momento incierto en el que sus sacrificios puedan ser redimidos con esa promesa en la que antes creyeron ciegamente.

Al leer mis letras, salta a la vista mi desgano por los arquetipos religiosos y promotores de ilusiones difusas que anestesian las masas y controlan el vulgo. Y fue allí donde alguien pudo dirigir con cierto recelo y morbosa curiosidad aquella pregunta que pocos se atreven a pronunciar en mi rostro:


-¿Acaso no crees en Dios ?


Fue tal mi tristeza al verle interesada en aquella respuesta que en sí misma sabía no iba a ser tan afable como quisiera, u respondí:

-Tu lo has dicho, no creo en él, o quizás sí, me encantaría que existiera ¡así podría decirle unas cuantas cosas a la cara! Sin embargo, aclaro, me divierte ver en tan bello rostro la felicidad de creer en tales fantasías.






Ella parpadeó y simuló no consternarse. Animada por mi complacencia ante su pregunta buscó un par de respuestas más:

-Respetando lo q piensas aún sin compartirlo ¿Por qué no crees?
Cierta infusión de sutileza inundó mi vacío emocional y con una suspicaz sonrisa entre labios respondí:

-Considero que la figura de dios en el ser humano es solo un placebo para sí, para liberarlo de la angustia que sentiría al aceptar la sinrazón de la vida misma, la tristeza que sentiría al reconocer la mezquindad propia del actuar de cada uno de sus congéneres y de la impotencia martirizante de ver cómo los eventos suceden sin que el frágil humano y su pírrica existencia pueda tomar cartas en el asunto.



Considero a bien, que el humano ha creado esa figura para salvarse a sí mismo del dolor de no tener una esperanza pero algunos que conocemos lo peor del mundo le hemos matado, ya que no tiene razón una figura que evite el dolor cuando ya se ha padecido el peor sufrimiento de su existir.

Movida por la intrigante curiosidad que despiertan aquellos argumentos que muchos prefieren hacer oídos sordos se interesó por lo que considero yo es el creador de dios, el miedo a la muerte.

-Hablas de la muerte, Y pienso, Si no crees en nada ¿que esperas que suceda cuándo tu cuerpo sea inerte?

No sabía yo cómo comprimir tantos antecedentes cuya consecuencia en mi es la pérdida del temor de aquel dios que antes de hacerse amar me enseñó a tenerle. Sin otra obligación de no mentir no encontré más explicación que mediada por eventos inherentes a mi pude digitar:

-Nada, en lo absoluto, ¡no sucederá nada! La muerte no me preocupa tanto. Yo, en general el ser o lo que el ser cree ser, es solo la creación del razonamiento del cerebro que se inventa un usuario que descomplejice el mundo y su engorrosa mecánica multi variable y cuando mi cerebro deje de tener los suministros básicos para su funcionamiento (azúcares, oxígeno, cosas asi) simplemente no sentiré nada, ¡no existiré ya! y no sentiré más dolor; sin embargo, viviré eternamente, ya que nunca me daré cuenta de ese momento, pues cuando me vaya a percatar de tal, yo (o la creación de mi cerebro) que cesa en funcionar, no podré darme cuenta de ello. Es algo complejo, si conoces de cálculo quizás puedas entenderme, pues mi muerte será como una asíntota vertical en el eje temporal de este espacio tiempo a la que yo como usuario virtual de la bioquímica de mi avatar o yo como creación de aquel organismo vivo que simplifica su razonar con el uso de una mágica invención llamada "ser" me aproximaré infinitesimalmente sin llegar al evento mismo de mi deceso dilatando la variable tiempo infinitamente hasta perderme en la eternidad.

Todo ateo, o como yo, antiteo, ha de cuestionar su existencia, o la de dios mismo con tintes de esperanza y súplica por ésta en tanto se increpó el deterioro de su salud o integridad física o seguridad emocional, cuando se acerca la muerte muchos serán los ruegos de quien no ha aceptado de una vez de manera tácita la simplicidad de la condición biológica perecedera, la muerte, aquella amiga a la que acudí cuando el olvido de amada me carcome sueños y fantasías.



La muerte, gran tema, cuando me llegue, sólo tendré en mis recuerdos la sonrisa de aquel niño que amé y fue mi vida y la mirada profunda y brillante de aquella mujer que más he amado en mi existir.

A la esperanza anestésica que promete la religión ya soy atópico, ya conozco el dolor de vivir, ya no alcanza tanta mentira ilógica y contradictoria para borrar de mi latir el dolor que dejaron fracasos y personas sin principios y mezquina intención de tomar ventaja de la situación. Ser creyente permite no sentir tanto dolor como yo lo siento pero dejar de creer es un paso sin retorno en el mar de la verdad.






Les envidio, a los creyentes les envidio, son más felices que yo porque tienen esperanza y en su ignorancia esperan redención. Yo, ya no espero nada feliz más que la muerte.


Me disculpo por mi sinceridad, una vieja costumbre que no todas las personas muestran conmigo, y sé que les conoces.

Los creyentes son más felices que yo, cuando se lanzan de un puente simplemente se sienten libres y aguardan por volar, mientras yo, solo sé que gano velocidad e inercia preparando mi nefasto impacto sobre la fría y seca roca de la verdad.


Comentarios

Entradas populares de este blog

De fuego reprimido

De nuevo al fango pero al menos no olvido tu nombre.

Rúben (cuento), Luis Britto