La princesa del árbol.

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La princesa del árbol.


En la ladera de aquella cima un serpenteante camino llega hasta aquel árbol carente de hojas , ausente de flores en el que la sombra de sus esqueléticas ramas diluyen los suspiros de aquella princesa del árbol que le asiste en compañía en busca de aquellos versos apasionados que suele leer plácida y plena recostada en su latiente tronco.
Para muchos no era injustificada la pasión que aquella princesa sentía en las secas ramas de aquel árbol, no tenía sentido que no perdiera oportunidad de leer sus mejores versos de pasión en su regazo, le tildaban de ciega, ingenua y soñadora por confiar en los versos que aquel viejo y seco roble endulzar a en eco. Otros no entendían cómo en cada atardecer sus suaves pies descalzaba para subir la cuesta caminando y sentir aquella alfombra suave que sonaba a cada paso, aquella manta que parecía susurrar un te amo a cada paso, que parecía liberar fuegos artificiales cuando cuando aquellas luciérnagas decoraban su sendero con luces y saltos, ese mismo tapete de hojas y flores que resguardan sol a sol aquellos pasos de la princesa.
Aquella princesa, aquella tarde, afanó sus pasos y humilde las voces que se implantaban en su mente, voces que exprimían lágrimas, voces que le hacían dudar de su felicidad.
Parecía hasta entonces que ese seco árbol, sin hojas no daba más que fríos ecos de engaño a la princesa, que aquel seco parecido marchito no hacía más que menospreciar la lectura de la princesa.
Tan pronto le alcanzó con reproches rodeó el tronco que si apenas dejaba caer sus últimas hojas a sus pies, le recriminó el hecho de que aunque constantes ahora parecían ciertas las inseguridades que restan de ver que ya ni sombra le otorgaba, recordaba ella que el atardecer si apenas se filtraba entre sus frondosas hojas, pero luego de unos meses parecía que su lectura le hacía daño al árbol que no cesaba de llenar la ladera consigo mismo. Dudo del regocijo que recibía del árbol, dudaba de lo que ilusoriamente su árbol podía sentir por ella, dudó de cada palabra que resonaba en su tronco, dudó de los versos y los Susurros grabados en su corteza, dudó del sentido de cada lectura tras el sacrificio que ella hacía por reposar plácidamente en el tronco del árbol…

 



Ya caía la noche y con los los Rojizos rayos de luz que le quedaban al ocaso ella logró ver de cada ápice la prueba de que aquellas hojas aún no tenían por qué caer, que toda la ladera estaba llena de hojas suaves, no secas, de flores aún vírgenes como sentimientos que apenas nacen, que la corteza de aquel árbol solo conservaba aquellos grabados que a razón de la princesa parecían medallas de honor, notó también que era el único árbol que cedió sus hojas para suavizar los pasos y con ellas confesarle a cada paso, a cada chasquido lo que tanto por la sentía, Girando sintió, cómo el destello de esos rayos de luz se filtraban entre las ramas deshojadas y creaban mosaicos que resaltaban su mirada, Girando vio como el viento no lo detenían las ramas del árbol sino que le hacían libre de sonar con aires frescos, comprendió que la simpleza de aquel árbol le garantizaba lo que la prisión de su castillo nunca podrá darle: libertad de vivir.
Se lanzó la princesa sobre el árbol y trató de cubrirlo con las páginas de su libro que siempre estaba en blanco cuando subía la colina y pleno en pasión versada cuando en la compañía de aquel árbol le escribía con suspiros y placeres, le abrazó tan puente que aún en la corteza se puede ver la marca de aferro, le amó tanto en ese momento que por fin sintió aquel tronco el latir de un amor sincero.
luego de aquel día jamás volvió a dormirse aquella princesa sin suspirar por aquel árbol porque comprendió que aunque a la mirada del incauto aquel parece frío, inerte y carente de entrega, éste hizo su mayor sacrificio, su mayor entrega, dejó de lucir sus hojas frondosas tan solo para aquella princesa no tropezare en su caminar, se privó de la luz del sol para que aquellos rayos sólo brillarán en su sonrisa sin importarle a un árbol que depende del sol condenarse a la oscuridad clandestina de lo prohibido, guiado por la luz de la luna y de las estrellas en los ojos de su princesa.
Así pues, una princesa que huye de su castillo y un árbol que se esconde entre tinieblas para ambos ser felices, ahora bien, ¿puede uno y otro darse una mayor prueba de amor? Ella constante y penitente, Devota y abnegada y él, quien da su cubierta y su fruto, quien rehúsa de la luz que antes brillaba en él tan solo para tenerla, para sentirle, así sea por un segundo en el ocaso… o en las tinieblas donde solo la luna guía a los pasos de la princesa del árbol. 🍇 🐝

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