Ceño fruncido, marcas en la piel del alma...

Su ceño se pliega cuando en su presencia se cuestiona el proceder del corazón…

Fascinante brillo en sus ojos delatan el mágico placer de conocer lo que la ignorancia enmascara tras los mudos llamados de afecto que alguna pregunta inocente cortésmente formulada como mediación es traída al caso. Fascinante porque al reconocer la inocencia de su vacío vacila ante prever mi respuesta.
Alguna vez cuestionábaseme la preferencia por el rugby,deporte centenario, al que profeso mi segunda mayor devoción y fidelidad. Este deporte, surge como un acto subversivo de participación de un espectador excluido de su práctica al que premia con la liberación del apropiamiento temerario de un objeto motor del juego, un balón. Alguna de las historias rezan que el rugby se fecha en 1823, cuando definitivamente se separó del fútbol, aunque sus antecedentes históricos se remontan a la Grecia clásica, incluso los legionarios romanos jugaban al harpastum, un juego de adiestramiento para los soldados en el que usaban una pelota de goma de pequeño tamaño que debía llevarse al extremo contrario de un campo rectangular. Era permitido usar cualquier medio para conseguir el triunfo. El Soule, que era una contienda por trasladar una pequeña pelota al extremo indefendido de un terreno rectangular sin distingo de métodos para realizarlo. El Calcio florentino, no era tan violento y tenía algunas normas protectoras. El Fútbol de Carnaval, Descendiente del Soule, enfrenta dos pueblos o parroquias se enfrentaban para llevar una pesada pelota o una piedra de molino a su respectivo pueblo, El objeto a transportar podía estar ubicado a varios kilómetros de los pueblos con lo cual la batalla a veces duraba varios días.
Aunque el fútbol no siempre procuró la sutileza en el contacto entre sus participantes, y mucho menos incluía a tan afamados exponentes si permitió la germinación de un gran deporte de bárbaros en su esencia que fuera practicado por verdaderos caballeros:



Este fue un acto de rebeldía, de recurrir a la esencia de una práctica, Así mismo, la irreverencia que raya en el malgusto de mis experiencias sentimentales, alocadas, imposibles, dispares, discordes y para nada inmersa en plácidas, remansas y calmas aguas de moral es mi acto de subversión ante aquellas vivencias a las que los mezquinos actos egoístas de quienes confíe para con mi comportamiento emocional, mi sentir, mi latir, es la rebeldía a la opresión del fracaso emocional, mi desnudez, mi moralidad (inmoralidad para algunos hipócritas socialmente devotos y religiosamente escudados) es el acto de liberación en contra al estigma pudoroso en contra de la piel, mi irreverencia sexual y el desprovisto cúmulo de principios que conservo como conciencia es el producto del hedor nauseabundo de la aberrante conciencia humana.
Cuando se me cuestionan aquellas motivaciones del actuar del corazón en general sin razón no hago sino reírme a mis adentros y compadecer a mis afueras : ¿han de tener sentido? Aquellos actos del sentir y la pasión no pueden ser descritos en el alfabeto racional que la sociedad anhela imponer, aquella amante de un orden escrupuloso y temerosa del caos de la Libertad del ser.
¿He, entonces, de cuestionarme acerca de la sinrazón de mis pasiones? Sinrazón para muchos, pero para mi, la esencia.
Cada pregunta malintencionada acerca de mi desempeño sentimental y afectivo me llena tanto de alegría como de tristeza:
Alegría, porque veo el resultado de mi acto de rebeldía fructífera, parezco sentir aquel ardor en la hipócrita moral de los que intentan juzgarme, alegría porque así como yo tuve la temeraria determinación de liberar mi sentir ante los lazos y constructos sociales impuestos por temor al libre desarrollo del ser alguien más podrá repetir mis actos y así alguno de estos amaneceres la sociedad de turno podrá incluir el sentir como la responsabilidad del ser, el sentir del dolor ajeno, el llorar con la pena del otro.
Tristeza, porque por desgracia, estos actos de rebeldía que acuden por la defensa del sentir sobre la regulación moral del comportamiento secularizado, tristeza porque debo suicidarme socialmente para que algún día, alguna sociedad pueda entender como razones para vivir aquellas por las cuales mi comportamiento se ha suicidado.
Ya las marcas de mi ceño son permanentes de tanto evidenciar el disgusto presente en mí, producto de aquellos reproches que a mi comportamiento se hace, reproches que veo sin sentido porque lo único por lo que abogo y lucho contra corriente es la libertad de expresión del sentir del ser como único acto posible para que este se sienta vivo. 

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