Desde el otro lado del madero.


Confías en mi mirada, el respeto de mi ceño, pero poco acudas a mi condición mortal, pues es ésta la qué violenta la cordura y la sensatez, la misma que me ha reputado como caballero y créeme... No lo soy...

He cultivado muchos errores, mis defectos decoran mi ausencia de moral, mi habilidad para contradecir la razón y la cordura tras mis ojos!

Violentas mi rechazo a la sociedad y te instalas tras mis párpados, recordando me el color de tu piel y tus formas magnéticas a cada mirada en mis oscuras pasiones, donde destellos de tu mirada jugueteando como lumínicas criaturas qué divagando entre mis húmedas pasiones y el alba. Me pregunto cómo lo logras, como veces algún rastro de resistencia a tu intrusión, cuestionó el lugar y el momento ¿de dónde  sacaste las llaves con las que entraste a mi mente? Y ¿por qué escribes en todas las paredes de ésta haciendo que el eco de la noche resuene con cada estrella pronunciando tu nombre?

Eres como aquellos sueños intrusos de lujuria que  verte caminar me provocan,  intrusos que irrumpen entre las sombras como furtivos, intrusos que mis suspiros quiebran, que  me ausenten de mi cuando en ti habito y te convierten en la fuente de deseo de la cuán quiero hacer brotar mi espesa esencia. 

Se que estas distante a mi piel, tras la puerta de mi felicidad cerrada por lustroso a mi mirada habitas, deseosa y tibia del Fuego regresado tras el madero que mantiene mis dedos lejos de tu humedad, frío y hajado madero que contiene los intentos de alcanzarte, que soporta mi frente cuando la desesperación vence mi creatividad. 

Respirando sobre este con el fuego consumiendo cada rincón de mis contenidas pasiones un rayo de luz lanza mis pupilas, es justo el accesorio qué obliga la puerta a negarse a mis plegarias el que me brinda un respiro a transportar todas mis fantasías a tu piel:

La cerradura que te proteje de mi ahora  me muestra el estado de tu placer, la ausencia del abrazo de tus piernas a mis besos, la proporción entre ropa y deseos de pecar... Es a través de la cerradura donde observo el majestuoso cáliz de pecado y la poca  tímida danza que motivan tus manos al escuchar mi voz desde aquí, desde el otro lado del madero. 






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